jueves, 26 de mayo de 2011


Apuntes de Clase: Pensamientos Sobre Salmos 51.10-12

Por: Héctor A. Delgado
Análisis del significado e importancia de Salmos 51.10-12.
El Salmo 51 ha sido llamado “el gran Salmo” de la confesión de David, después de su pecado relacionado con Urías y su esposa, “en la angustia del remordimiento y la repugnancia de sí mismo”, como nos dice una reconocida escritora. Los textos referidos dicen: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”.
Estos versos constituyen una mina de información teológica de donde podemos extraer ideas valiosas para nuestra vida espiritual; sobre todo en medio de las circunstancias donde hemos pecado contra nuestro Dios. Después de haber experimentado el amargo sabor de la culpa en todo su rigor, David fue movido a un genuino arrepentimiento delante de Dios.
David está consciente de que la única manera en la que puede ser guardado de volver a pecar contra Dios (a quién reconoce el único ofendido, algo parcialmente cierto pero de valor en este contexto) es recibir un corazón “limpio”, nuevo. Un corazón que lata en armonía con el “corazón” de Dios y que esté dispuesto a ser llevado por los caminos de la justicia. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139: 23-24). Cabe destacar que el pedido que David de hace a Dios de que limpie su corazón cobra mayor sentido cuando recordamos que el “corazón” en la mentalidad hebrea representa el asiento de las emociones y el intelecto. De manera que David quiere pensamientos puros, pero eso sólo puede venir si su mente resulta limpiada y purificada primero.
El perdón de nuestros pecados así como la limpieza de nuestro “corazón” exige la operación del poder creador de Dios. Ese poder obrando en nosotros es el que nos “limpia de toda maldad” y “renueva [o crear] un espíritu recto dentro de” nosotros. Este es el anhelo de todo verdadero creyente aun cuando sabe que ha pecado.
El paralelismo sinónimo del verso 10 revela una verdad interesante. El deseo de David de recibir un espíritu recto dentro de él constituye el equivalente del deseo de que Dios pueda crear (heb. bara) en él un “corazón limpio”. Crear y renovar aquí son palabras sinónimas.
Saber que hemos pecado ofendiendo a Dios y que ese pecado nos separa de la dulce comunión con Dios, y más aún que involucra la posibilidad que nos deshabilite permanentemente, nos ayuda a comprender la razón del siguiente pedido de David: “No me eches de delante de ti […]”. Ser echado de la presencia de Dios es perder toda esperanza de comunión con Él. Este pensamiento del salmista evoca la desgracia de Caín después de haber matado a su hermano Abel: “Hoy me echas de esta tierra, y de tu presencia me esconderé. Andaré errante y fugitivo en la tierra” (Gén. 4: 14, NRV 2000). David no podía soportar el pensamiento de ser echado de la presencia de Dios. No quería sufrir la desdichada suerte del rebelde Caín.
Siendo que “la comunión íntima de Jehová es con sus santos”, el pecador no puede tener dicho honor, pero el hombre que ha conocido a Dios y su maravillosa bondad, aunque ha pecado, no quiere perder la bendición de la dulce comunión con el Altísimo. Pero la única manera en que el pecador puede tener íntima comunión con el Santo es si recibe un corazón limpio y un espíritu recto dentro de él. El pecador de ser hecho partícipe de la santidad divina.  Y es que la felicidad plena solo es posible en la presencia de Dios (cf. Sal. 13: 1; 16: 1; 30: 7).
Otra cosa que David pide en estrecha relación con la anterior es: “y no quites de mí tu santo Espíritu”. David sabe lo que ocurre si Dios retira su Espíritu del hombre o del mundo. De lo primero, significa la vuelta a la inexistencia, pero sin esperanza de volver de ella: “Les retira el aliento [espíritu, cf. Ecl. 12: 7], dejan de existir, y vuelven al polvo” (Sal. 146: 29). De lo segundo, cuando Dios retira su Espíritu Santo del mundo, la historia del Diluvio nos ilustra lo que ocurre (cf. gen. 6: 3). De manera que David sabe lo que está pidiendo a Dios. No sólo pide ser librado de perecer por causa de su pecado, sino ser saturado de un nuevo principio de vida.
Finalmente David hace dos pedidos más al Señor que son vitales si él ha de tener la seguridad de perdón y de una vida libre de pecado y rebelión. “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”. Lo primero es vital para experimentar la dicha del perdón y la seguridad de la salvación. Con un corazón saturado de inseguridad y sentido de culpa no puede haber “gozo de la salvación”. Y esto viene a ser un resultado de la morada del Espíritu Santo en nosotros. Lo segundo, el sustento del Espíritu (que es la vida misma del alma), es la clave para permanecer en una vida pura delante de Dios.
Cabe decir, a manera de conclusión, que David hace patente en esta última declaración que la seguridad de la salvación no viene de parte de Dios en forma arbitraria. No está basada en  la sola elección divina, sino en la cooperación del agente humano que responde libre, voluntaria e inteligentemente al llamado divino. La seguridad de la salvación (y su fruto: el gozo de la salvación) sólo es posible cuando nuestra vida está en plena armonía con las demandas de Señorío divino sobre nosotros. Me parece que el siguiente texto contiene el mismo enunciado: “Así, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10: 12). Necesitamos perdón de nuestros pecados, pero también purificación de los mismos acompañado de un nuevo corazón, pero mucho más, necesitamos ser librados del poder del pecado por medio de la obra del Espíritu Santo en nosotros. Sólo así puede la experiencia de David expresada en estos versos del salmo 51, llegar a ser una experiencia real en nuestras vidas.
A manera de reflexión dejo estos versos según lo traduce la Nueva Biblia de Jerusalén:
“Devuélveme el son del gozo y la alegría, se alegren los huesos que tú machacaste. Aparta tu vista de mis yerros y borra todas mis culpas. Crea en mi, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu constante”.
Si la gloria de Dios no abatiera nuestro orgullo y pecaminosidad en el polvo, haciendo por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos, nos perdería para siempre. Pero gracias a Él que aunque nos hace sentir perdidos, finalmente logra salvarnos.

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