martes, 26 de abril de 2011


Los Símbolos del Espíritu Santo

Por: Héctor A. Delgado
El uso de símbolos y figuras que representan la persona y la obra de Dios, es un elemento común en los escritos inspirados. Es nuestro deber y privilegio procurar comprenderlos. El Espíritu Santo no escapa a esta realidad. Por eso, en esta sección haremos un breve comentario de algunas de las figuras que aparecen en las Escrituras para describir su obra.
La paloma celestial
La escena del bautizo de Cristo nos impresionará por siempre. Allí el Espíritu hizo su manifestación “como paloma” y se escuchó la poderosa voz del Padre dando al Hijo su reconocimiento (Mat. 3:16,17). Los estudiosos de las Escrituras han procurado dar una explicación satisfactoria sobre el emblema de la paloma y la razón por la que el Espíritu usó esta figura en particular para manifestarse sobre Cristo y permanecer en él (Juan 1:32-34). Pero el hecho es que no existe un antecedente inspirado suficientemente claro para establecer una sólida relación. Sólo se pueden hacer algunas observaciones.
Por ejemplo, Wallenkampf refiere que la palabra “paloma” usada en Mat. 10:16 “puede ser traducida más exactamente como ‘sin mezcla’, ‘puro’, ‘sin mezcla de mal’”. Luego nos dice que esta es “una descripción adecuada de Jesús, pero también es una indicación de lo que el Espíritu puede hacer en las vidas de los creyentes”.1 Ciertamente, Cristo es descrito como siendo “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, y exaltado por encima de los cielos” (Heb. 7:26, comp. con 1 Ped. 1:19). El Espíritu participa de esta perfección sin lugar a dudas, pues es descrito como “el Espíritu de santidad” (Rom. 1:4). No es casual que se llame “Espíritu Santo”. Y esta “hermosura de la santidad” será otorgada a los santos que, estarán listos para la traslación (Apoc. 19:7,8; 4:1,3-5).
Algunos sostienen que esta manifestación física del Espíritu en forma de paloma tiene el propósito de llamar nuestra atención “a la paloma que mandó Noé desde el arca después del gran diluvio (Gén.  8:8-12). La paloma de Noé nos recuerda a su vez al Espíritu de Dios yendo y viniendo sobre la superficie de las aguas en la creación inicial (Gén. 1:2)”.2 Se nos dice que el rabino judío del primer siglo, Ben Zoma hacía referencia a la tradición rabínica de que el Espíritu Santo estaba “empollado sobre  las superficie de las aguas como una paloma que empolla sobre sus pichones…”. 3
Luego se relaciona la obra original del Espíritu sobre la primera creación “dando forma y vida a la creación original”, de la misma manera descendió sobre Jesús en su bautismo como un anuncio divino de la nueva creación que en Cristo iba a ser realizada en el Calvario (2 Cor. 5:17; Efe. 2:15,16). Es interesante saber que en al Tárgum judío, el canto de la paloma se identifica con “la voz del Espíritu Santo de salvación”.
Reminiscencia del Santuario
Pero veamos ahora esta narración en otro contexto que entendemos se ha pasado por alto. Nuestra propuesta no procura desplazar las ya mencionadas, sino complementarlas y enriquecerlas. Debe notarse que a diferencia de los evangelios sinópticos, el de Juan, presenta la llegada de Jesús al Jordán en un contexto que evoca las imágenes del Santuario. “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29,36). Y luego, encontramos que Juan hace referencia (al igual que los otros evangelistas) al descenso del Espíritu sobre Jesús “en forma de paloma” (Juan 1:32). Lucas es más enfático en su narración: “en forma corporal como de paloma” (Luc. 3:22).
Tanto la paloma, como el cordero eran animales ofrecidos en sacrificio para la expiación de los pecados del ofrendante (Éxo. 12:3-5; 29:38-42; Gén. 15:9; Núm. 6:10,11; Lev. 5:7), y podían evocar rápidamente en la mente de los allí presentes, tanto como de los futuros lectores de los evangelios, la muerte expiatoria de Cristo por los pecados de la humanidad. La imagen de un cordero evocaba además la experiencia de Abrahán en el monte Moria, cuando por mandato divino iba a sacrificar a Isaac (Gén. 22:1-14). Se recordará que Abrahán, en medio de su angustia expresó: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto” (vers. 8). Cristo era el Cordero provisto para el sacrifico por los pecados de cada ser humano, “desde antes de la fundación del mundo” (Apoc. 13:8, comp. con  1 Ped. 1:18,19).
¿Qué relación tiene esto con el Espíritu Santo? Mucha, pues según las palabras del mismo Cristo, la obra del Espíritu Santo consiste en atraer la atención de los seres humanos hacia Él, tomar de Él, comunicárnoslo y glorificar al Hijo testificando de Él (Juan 15:26; 16:13,14). La forma “corporal como de paloma” fue asumida deliberadamente por el Espíritu para llamar la atención de los judíos hacia Cristo. Además, inspiró a Juan a señalarlo como “el Cordero de Dios”, dos símbolos que eran familiares para ellos y que implicaban un mensaje en sí mismos.
El agua
Esta figura es importante porque hace referencia al poder regenerador y transformador del Espíritu Santo, que desemboca en una completa experiencia de Justificación por la Fe (Tito 2:3-7; vea Isa. 44:3,4). Nada necesita más el ser humano que ser redimido, pero no en el pasado (eso ya sucedió), sino, aquí y ahora. Redimido de todas sus faltas y debilidades expresadas en una serie de defectos de caracter que nos hacen infelices y a quienes nos rodean.
En este contexto, el pasaje de Juan 7:37-39 es de vital importancia. Pero lo veremos brevemente de forma diferente a la habitual. Estamos acostumbrados a escuchar que el creyente que acepta a Cristo, se convierte en un manantial de agua de vida que salta para vida eterna, impactando con esa corriente a otras personas. De hecho esa es la idea que trasmiten algunas versiones modernas de las Escrituras (NRV 1990 y 2000). Pero si bien esta idea no es objetable, me parece que no presenta la realidad del texto bíblico. Jesús dijo: “Si alguno tiene sed venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (VRV 1960). Y el verso 39 dice: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él”. Por lo tanto, el agua que salta para vida eterna es una referencia al Espíritu Santo que aún no había venido.
Hay un detalle importante, ¿qué de la fuente de donde proviene el Espíritu Santo? Estos versos demandan una interpretación cristocéntrica. Note como diría el texto con una puntación diferente a la actual (de hecho, el original carece de toda puntación): “Como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. En este caso, esto se dice de Cristo y no de los creyentes que lo aceptan por fe. Esta interpretación está en perfecto acuerdo con la declaración inicial: “Si alguno tiene sed venga a mí y beba”.
El Espíritu Santo, como manantial de agua que mana de Cristo, viene a refrescar nuestra árida experiencia espiritual, a lavar y purificar nuestros corazones del pecado, y mucho más, a regenerar nuestras energías dormidas. ¿El resultado? Una vida completamente cambiada por la gracia y el poder de Dios.
Luz y fuego
El fuego es un símbolo común, no sólo del Espíritu Santo, sino también del Padre y del Hijo (Gén. 15:17; Éxo. 3:2; 13:21; 19:18; 24:17; Sal. 50:3; Dan. 7:10; Hech. 2:3; 2 Tes. 1:7,8). Este símbolo resalta la santidad de la Deidad, así como su obra purificadora. Cristo mismo denominó su obra en los creyentes como un bautizo “en Espíritu Santo y fuego” (Mat. 3:11b, comp. con Mal. 3:1,3).
La luz es talvez uno de los símbolos más significativos de la Deidad, en especial del Espíritu de Dios, pues revela su obra iluminadora en las mentes entenebrecidas de los seres humanos caídos y esclavizados por el pecado (Juan 16:8-11,13). Pero también, al igual que el fuego, la luz es usada como una figura del Padre y del Hijo (Sal. 27:1; Dan. 2:22; Juan 1:9; 1 Juan 2:8). En el Lugar Santo del Santuario había un candelero de siete brazos (Heb. 9:2), que es visto además por Juan en el primer departamento del Santuario del cielo, “aquel verdadero Santuario que levantó el Señor, y no el hombre” (Heb. 8:2; Apoc. 1:12,13). El candelabro de oro constituía la contraparte terrenal de los siete “candeleros de oro”, y a su vez, un símbolo de la obra iluminadora del Espíritu Santo (Apoc. 4:5, com. con 1:4; 5:6), la luz conductora de Dios.
Aceite y sello
Estos constituyen dos símbolos más para representar al “Espíritu de santidad” (Rom. 1:4). En la visión de Zacarías 4:1-6 el aceite es vaciado por los dos olivos que están en la presencia de Dios a las lámparas del Santuario para que iluminen continuamente. El aceite vaciado en “el candelero de oro puro” era una referencia al poder del Espíritu Santo (vers. 6). La unción de los sacerdotes para el servicio del Santuario era hecha con aceite (Éxo. 29:7,21; 30:25), lo que representaba la habilitación del Espíritu para el desempeño santo y efectivo del ministerio. Los reyes del pueblo hebreo también eran ungidos con aceite (2 Rey. 9:3,6, 1 Sam. 10:1), para que pudieran desempeñarse adecuadamente.
La recepción de un sello se usa también para referirse al Espíritu divino. En Efe. 1:13 leemos que desde el día que creímos fuimos sellados con el Espíritu Santo de la promesa, “para el día de nuestra redención” (Efe. 4:30, vea 2 Cor. 1:22). El sello mismo constituye la realidad de la presencia del Espíritu en la vida de los creyentes y tiene que ver con el carácter que Él mismo está desarrollando en los cristianos, una obra que, será consumada en la última generación de creyentes (Apoc. 7:1-4, 14:1,3-5).
Los símbolos sólo son símbolos y nada más
En vista de que la obra del Espíritu Santo ha sido presentada por medio de diversos símbolos y figuras por los escritores de la Biblia, se ha sugerido que el Espíritu de Dios es una fuerza o energía activa y no un ser personal. Pero esto es un argumento que, en última instancia no prueba nada. ¿Por qué? Porque la obra del Padre y del Hijo también nos es presentada por medio de símbolos en múltiples ocasiones (vea nuestro comentario sobre la luz y el fuego).
Por ejemplo, la acción del viento en su silbar apacible fue utilizada por el autor de 1 Reyes para hablar de la presencia de Dios (1 Rey. 19:12). Así mismo, el movimiento misterioso del viento es un símbolo de la obra regeneradora del Espíritu Santo (Juan 3:1-5). Pero aparte del “silbido apacible y suave”, la presencia, grandeza y majestad de Dios, puede ser representada también por un fuerte torbellino (Job 38:1). De igual manera, un “estruendo como de un viento impetuoso” fue usado para ilustrar la llegada poderosa del Espíritu Santo en Pentecostés (Hech. 2:1-2).
El símbolo de un animal (o varios animales) es empleado por los escritores inspirados para ilustrar las diferentes facetas de la obra de la Deidad. La figura del león es utilizada por el profeta Isaías para describir la protección y fortaleza del Padre a favor de su pueblo (Isa. 31:4; Jer. 25:37,38; Os. 5:14), pero también es usada por Juan para referirse al Hijo de Dios (Apoc. 5:5). Así mismo, la paloma fue usada para prefigurar la muerte expiatoria de Cristo y luego para representar la presencia y personalidad del Espíritu Santo (vea nuestro comentario sobre la paloma).
Por consiguiente, el empleo de estos símbolos no despersonifica a Dios Padre, ni al Hijo eterno. ¿Por qué, entonces, tiene que despojar de personalidad al Espíritu de Dios? En la siguiente sección evaluaremos la personalidad y la divinidad del Santo Espíritu de Dios.
Notas y Referencias:
1- Arnold V. Wallenkampf, Guía de Estudio de la Escuela Sabática, edición
para adultos, abril, mayo, junio, 2006, p. 13.
2- John Read, Th.D. El Espíritu Santo en la Biblia, un comentario bíblico
y exegético, (editorial Patmos), pp. 43,44.
3- Ibíd.

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