"Tuve mi primer amor
con el día sábado, pero
ese primer amor murió"
La comprensión personal acerca del día de reposo va en aumento con el estudio de la Palabra de Dios. Este es el lado teórico del día de reposo. Pero también existe en el cristiano un crecimiento experimental del día Sábado como día del Señor. Este crecimiento espiritual práctico difiere mucho del teórico.
Básicamente la teoría del sábado lleva como objetivo convencer al catecúmeno de la validez del día sábado para el hijo de Dios en el tiempo en que vivimos. Esta lucha de pensamiento es importante que ocurra, paso a paso el nuevo creyente aprende a defender bíblicamente el día de reposo.
Hasta cierto punto y a gran escala casi todo es predecible en el descubrimiento teórico del sábado (claro, es predecible para los que hemos superado esta crisis), sin embargo se convierte en una odisea cuando el nuevo creyente ha sido influenciado grandemente por el catolicisimo, o si el nuevo creyente es un comerciante para quien el Sábado constituye el día de mayor productividad económica.
En mi opinión, una vez que adquirimos (porque se adquiere, no se hereda) la convicción de que el día Sábado es el sello de Dios, ahora debemos crecer en la experiencia de vivir este día (lado práctico) de la forma correcta.
Soy joven, he vivido 22 febreros en mi existencia, y con relativa claridad puedo distinguir tres etapas prácticas en mi crecimiento en relación al día de reposo. La primera es la de un enamorado que vive un romance idílico con el día sábado y el Señor de ese día. He oído que a esto le llaman “primer amor”. Lo que me resulta cursi aunque describe ciertamente lo que me sucedió. Tuve mi “primer amor” con el día sábado, pero ese primer amor murió (y debe morir pues la presencia de un “primer amor” tiene que dejar lugar implícitamente al “segundo amor” y al tercero hasta llegar al “último amor”, si es que realmente existe). Es la etapa en que te apasionas por Jesús y das lo mejor de ti y también lo peor, porque lo das todo, sin reservas.
De pronto, y sin darme cuenta, descubrí (y no entiendo por qué sucedió) queel día sábado se convirtió en una monotonía que va decayendo poco a poco como el agua se escapa de entre los dedos. Descubres, chasqueado muy chasqueado, que algo le sucedió al “primer amor”, que de ello sólo restan lindos recuerdos. En ocasiones traté de evocar y repetir a esfuerzo propio (con algo de teatro) los sentimientos que antes parecían tan naturales e inevitables (aunque los quieras evitar). Ahora los quieres permitir, pero no llegan.
Aquí, estimado lector, podemos discrepar hondamente. Podrías estar pensando que el “primer amor” no puede morir. Que debe permanecer y crecer más. Pero, para qué mentirte, esa no fue mi experiencia. Es este chasco insípido lo que constituyó mi segunda etapa en mi crecimiento experimental del día de reposo. No era mal observador del sábado, pero sí un infeliz guardador del mismo. Nadie podía decirme que hice algo indebido en el día sábado, pero sí podían acusarme de hipocresía desvergonzada y cachacienta (aunque intachable, pues era buen actor, y lo sigo siendo), por lo demás, en mi interior saboreaba con desmedro la avinagrada derrota de haber perdido el sentido del sábado, por más que fuese el campeón bíblico de la defensa de aquello que había dejado de amar: el gran día de reposo.
Aunque considero que he superado esta situación, el recuerdo nítido de los sentimientos encontrados de aquella experiencia dura e implacable, los atesoro con cariño entrañable, como si hubiera engendrado un hijo rebelde, tozudo y obstinado que quedó sepultado, fallecido, en el tiempo (no tengo hijos, nunca los he tenido, pero así lo siento). Tan agradables son estas memorias desagradables que por una hora estaría dispuesto a volver a las agonías de vivir el sábado sin sentido, frustrado por haber perdido el primer amor, aunque cuando esa hora llegase añorase volver vehementemente al futuro y aborrecer el momento en que lo deseé.
Dice un adagio sabio: “al primer amor se le ama con todas las fuerzas (hasta con desesperación), pero al segundo amor se le ama mejor”. Quien sea que haya inmortalizado tal pensamiento, bendito sea él y su segunda esposa. Al vivir mi tercera etapa experimental del sábado, percibo que el primer amor no murió, sino que maduró. Quizá murió, pero nació de nuevo (¿resucitó?). O murió y no resucitó, pero llegó un amor mejor. Como sea, no importa (no ahora). Hoy es sábado (o viernes de noche) y mientras escribo estas líneas, siento que el camino recorrido, aunque pedregoso, ha valido la pena. Aprendí que se puede volver a amar. Entendí que también se puede odiar (odiar el sinsentido de la hipocresía) y amar al mismo tiempo.Odiarme a mí por mi insuficiencia y amar el Sábado, aunque mi primer amor hacia ese día tenga el nombre sobre una lápida de mármol que descansa en algún nicho del cementerio de nosotros, los que en algún momento perdimos el primer amor.
Vivo mi titulada tercera etapa experimental del día de reposo y quiero creer que he madurado, que he crecido, que soy el mismo pero diferente, sobre todo, que amo y amo mejor. De pronto, no con la pasión sin frenos de la primera vez en que conocí el Sábado, pero sí con un amor adulto afirmado en el sostén materno de Jesús.
Me he vuelto más serio y menos espontáneo, lo admito. Soy más aburrido, menos divertido que cuando creí no serlo. Envejezco, como todos. Pero los adultos aman mejor. Es raro que dos esposos adultos se besen y se miren como cuando novios (no comprendo tal misterio), pero sin duda el amor que se tienen es más fuerte y maduro; mejor, aunque poco espontáneo. Tal vez esa sea mi suerte, una suerte infeliz que me hace feliz. Nadie nace con estrella, nacemos en busca de ella. Yo nací estrellado, no tengo tiempo de buscar mi estrella, sólo de no perder los restos obtusos de mi suerte y de terminar estas líneas bajo la lluvia dominicana de este inolvidable e inmortal día de reposo.
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