martes, 21 de mayo de 2013


¿Puede un Cristiano ir a la Guerra?

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Por: Dr. Angel Manuel Rodríguez, Teólogo


 L os cristianos, ¿deberían participar de la guerra? ¿Cuál es la posición de la iglesia? La Iglesia cristiana ha reflexionado acerca de la guerra y las actitudes que los cristianos deberían tener hacia ella desde hace siglos.

Desafortunadamente, no estoy seguro de que pueda dar una respuesta específica a sus preguntas, pero déjeme considerar algunas cosas.

  1. La guerra como un constante fenómeno social. Tanto como el fenómeno del pecado sea parte de la experiencia humana, la guerra, hasta cierto punto, caracterizará la vida social y la relación entre las naciones (Mat. 24:6). Los hombres siempre han vivido bajo la amenaza o la realidad de la guerra; la paz absoluta en el mundo es una utopía, tal como lo demuestra la historia humana. 

 2. La guerra siempre es mala. Deberíamos reconocer también que no existe tal cosa como una guerra justa. Sólo Dios, que es todopoderoso y amoroso, puede definir y realmente llevar a cabo una guerra cuyo resultado sea la paz permanente. Los intentos cristianos de definir las condiciones bajo las que sería adecuado participar de la guerra ha dado lugar al concepto tradicional de la guerra justa. Este concepto provee algunos lineamientos que podrían ser útiles para los cristianos, pero no debe dar la impresión de que, bajo ciertas circunstancias, la guerra puede ser moral oreligiosamente justificable. La iglesia debe insistir siempre en lo maléfico de las guerras humanas.

 3. Promover la paz y la reconciliación. La persistencia de las guerras fuerza a la iglesia a pensar en cómo relacionarse con este mal social. En este contexto particular, la gran función de la iglesia es promover y apoyar la paz y la reconciliación (Mat. 5:9). Así es que la iglesia debe luchar contra la guerra, una tarea sin fin en un mundo de rebelión y agresión. La iglesia siempre debe tener la voluntad de servir a las dos partes involucradas en un conflicto potencial o real, e intentar evitarlo o finalizarlo.

 4. Proveer instrucción a los feligreses: También deberíamos reconocer que, en algunos casos, la participación de los miembros de iglesia en la guerra es inevitable. Por lo tanto, se los debe invitar individualmente a reflexionar en cómo deberían relacionarse con este fenómeno. Es la responsabilidad de la iglesia brindarles orientación para que puedan determinar qué hacer como cristianos. Deberíamos oponernos al belicismo. Si la función de la iglesia en el contexto de la guerra es hablar de paz y reconciliación, debe promover el antibelicismo entre sus miembros, basada en la enseñanza bíblica del valor de la vida humana. Los miembros que no desean participar de ninguna manera de la guerra, a toda costa, deberían encontrar apoyo emocional y espiritual en la iglesia, para poder permanecer fieles a su llamado. Es la responsabilidad de la iglesia promover la importancia de obedecer a Dios entre los feligreses que, por alguna razón, tienen que cumplir con el servicio militar. La lealtad a Dios debe estar por encima de la obediencia a los hombres. Cuando el servicio militar esté en abierto conflicto con las convicciones religiosas, Cristo y su iglesia esperan que los feligreses se mantengan leales a Dios. Debemos desear entrar en diálogo con los organismos oficiales del gobierno, en un esfuerzo por obtener para nuestros miembros el derecho de practicar sus convicciones religiosas mientras sirven al ejército.

 5. Los miembros determinan el alcance de su participación. El alcance de la participación de los feligreses en una guerra es un asunto entre ellos y Dios. Aunque la iglesia no debería dar la impresión de que ciertas guerras son justificables, y por lo tanto justas, debe reconocer que, en algunas situaciones, los miembros pueden percibir que tienen que elegir el menor de dos males, y que cualquiera de ellos pude requerir su participación en un conflicto defensivo. En esos casos, los feligreses pueden beneficiarse al examinar los principios de la guerra justa, sin concluir que la guerra en sí misma, o su participación en ella, es moralmente justificable.

Entre los principios de la guerra justa que podrían serles útiles, se sugieren los siguientes: (1) El propósito final es la paz; (2) la guerra es el último recurso; (3) la violencia debe limitarse a los que portan armas; y (4) debe utilizarse el mínimo de fuerza necesaria para la victoria. Estos elementos establecen algunos parámetros que ayudarán a que la guerra sea menos inhumana, e intentar seguir el llamado de Jesús de amar a nuestros enemigos (Mat. 5:44). Mientras tanto, anhelamos un futuro donde no habrá más guerra ni muerte (Isa. 2:3, 4).

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